Octavo día: Fez - Chaouen

Amanecemos en Fez. Finalmente el hotel nos encontró una guía oficial, una chica, que además hablaba español. De unos 500 guía oficiales que hay en la ciudad de Fez, solo cinco o seis son mujeres. Y es que allí las mujeres no lo tienen nada fácil: poco apoyo de las familias, y rechazo social, incluso de sus compañeros. Algunas, con mucho esfuerzo, y mucha preparación, consiguen abrirse camino, como había sido el caso de nuestra guía, Milouda.

Habíamos quedado a las nueve de la mañana… marroquíes, que eran nuestras once, así que ese día podemos dormir un poco más. Dejamos todas las bolsas, cascos, chaquetas y demás en el coche, y se quedan tanto el coche como la moto en el parking del hotel mientras visitábamos la medina, para poder ir vestidos "de persona", y no de moto.

En un solo taxi fuimos todos (algo apretados) hasta la parte antigua de la ciudad, que era la que queríamos visitar. Un auténtico laberinto de calles y callejuelas. Miles de personas, cientos de tiendas, burros y carros. La compañía de la guía se hace necesaria no solo por lo sencillo que debe de resultar perderse, sino porque hay muchas cosas de las que no nos enteraríamos. Además es una guía divertida y sabe hacer interesantes todas las explicaciones.

Teníamos tres o cuatro horas para pasear por la medina, y aparentemente es poco tiempo. Aún nos dio tiempo de dar un buen paseo, visitar la única mezquita en la que pueden entrar los no musulmanes, y ver cómo es la medina de Fez un día cualquiera. Una inolvidable mezcla de olores y colores. Importantes monumentos (la mezquita, la universidad…) situados entre viejos edificios, y un ritmo frenético. Por las calles, que pueden ser estrechas, muy estrechas, o lo siguiente, pasan personas, burros y carros, y hay que tener cuidado de que no te arrollen. Hay puestos y tiendas de casi cualquier cosa (comida, caramelos, viejos televisores y aparatos de radio, recuerdos, y por supuesto, alfombras) y entramos en algunos para que nos explicaran cómo se elaboran las alfombras, bandejas de bronce talladas a mano… En definitiva, una visita muy interesante, en la que solo pudimos ver una pequeñas parte de lo que ofrece la parte antigua de la ciudad. De hecho, es mi segunda visita, y apenas reconocí un par de sitios de la primera vez que estuve. Así que estoy seguro de que no nos importará volver.

Pero aún debíamos llegar a Chaouen, donde pasaríamos nuestra última noche en Marruecos, así que tuvimos que ponernos en marcha. Volvimos al parking del hotel, donde nos esperaban la Adventure y el Jeep, y Milouda nos ayudó a salir de la ciudad. Como tantas otras veces, teníamos dos posibles caminos para ir a Chaouen: uno más directo, más rápido, y más corto, por el que ya habíamos pasado el primer día cuando íbamos hacia Ifrane, y otro algo más largo, que pasaba por la zona del Rif, y por Ketama, donde se cultiva la mayor parte de la marihuana del país y se produce el hachís. Decidimos ir por este segundo camino, aunque pronto nos dimos cuenta de que íbamos a tardar mucho en llegar a nuestro destino. Era una carretera con muchísimas curvas, muy lenta y con muchísimo tráfico. No obstante el camino es muy bonito, verde y montañoso, y solo nos preocupa el hecho de que se está haciendo tarde. Desde que entramos en la zona de Ketama, desde los márgenes de la carretera te ofrecen hachís de manera más o menos disimulada (haciendo el gesto de llevarse un cigarro a la boca). De hecho, en una parada para descansar y beber un poco de agua, se nos acercó uno con muy mala cara, ofreciéndonos su casa para fumar y dormir. “No, gracias”. Continuamos, convencidos de que ya queda poco, pero la carretera es muy revirada y aunque en línea recta estábamos relativamente cerca de Chaouen, aún nos quedaban muchos kilómetros muy lentos.

Y se hizo de noche. Mucha gente me recomendó insistentemente no conducir de noche en Marruecos, y no puedo hacer otra cosa sino confirmar esa recomendación. Es un peligro constante. Circulan sin luces, adelantan sin visibilidad, caminan por la carretera (aun habiendo arcenes bastante amplios), te puedes encontrar burros en medio del camino... Requiere ir con todos los sentidos puestos en la carretera y en la conducción.

Pero finalmente llegamos a Chaouen. Nos costo un poco encontrar el hotel, pero mereció la pena. Un hotel impresionante, muy acogedor. Como no quedaban habitaciones estándar, tuvimos que reservar suites. Y qué maravilla de suites. Qué pena no haber llegado con más tiempo de disfrutar de las habitaciones y del hotel. Como se acercaba la hora de cenar y queríamos pasear por el pueblo, nos dimos una ducha rápida y fuimos paseando hasta el mismo centro de Chaouen.

Chaouen es un pueblo precioso, con las calles y las casa pintadas de azul, muchas tiendas y pequeños comercios y una plaza con varios bares y restaurantes. Es un pueblo para pasar al menos un par de días, y desde luego nosotros volveremos.

 

Ya en el hotel, y antes de subir a nuestra habitación, pedimos en recepción que nos preparen el desayuno algo antes, a nuestras 7:45 (es decir... sus ¡5:45!). Y es que si queremos estar seguros de no perder el ferry de las 11:30, vamos a tener que madrugar un poco.

 

Así que tras un día largo, de mucho caminar por Fez, y de mucha moto, caemos dormidos en una de las camas más cómodas que recuerdo.