Quinto día: Zagora - Merzouga

Saliendo de Zagora hacia Merzouga (nuestro destino), hay dos opciones: salir por la carretera por la que entramos, aquel precioso palmeral del Draa de 80 kms., o seguir una pista que va mas o menos en la misma dirección, y que tendrá algo más de esos 80 kms. Como es pronto y tenemos todo el día por delante, decidimos ir por la pista. Todo un acierto. Una pista fácil por lo general, aunque algo rota y con mucha piedra afilada en algunos tramos, que discurre entre pueblos de adobe, palmerales y campo abierto.

Como vamos tan cerca del río Draa, y ha llovido bastante en los últimos días, nos encontramos con barrizales, charcos y cruces de pequeños torrentes que hacen más divertido el paseo.

Además, los pueblos que nos encontramos tienen mucha vida y vamos dejando poco a poco gran parte de los cuadernos, bolígrafos, lápices de colores, juguetes, caramelos y demás que aún nos quedan en el coche. Y es que los niños vienen corriendo en cuanto nos ven. Las niñas suelen ser más modositas, pero la curiosidad y las ganas de un caramelo o un regalo acaban por animarlas a acercarse. Algunos niños, sin embargo, se asustan y no se fían mucho, como fue el caso, por ejemplo, de un

niño de unos cuatro años, muy guapo, que estaba jugando al lado de un maizal en el que trabajaban dos mujeres, también muy guapas, que imagino serían su madre y su hermana. Éstas animaron al chiquillo que se acercó tímidamente hasta la moto a recoger su caramelo, pero no muy convencido. La imagen de una moto tan grande con nosotros subidos, con cascos, cables, ropa de moto, etc. debió asustarle bastante. Al final se quedó tan contento, y cuando después paso el Jeep le cayó algo más. La sonrisa de esos niños, todavía niños y todavía inocentes, al recibir un pequeño regalo bien vale un viaje como este.

Continuamos la pista hasta algo más de la mitad del camino, y decidimos salirnos a la carretera por un puente (que pasa, además, por un pueblo que se ha asentado al lado del río y entre las palmeras) para llevar mejor ritmo y llegar a Merzouga con tiempo de ir a ver las dunas.


Justo al terminar la carretera del palmeral, cogemos un desvío a la derecha, rumbo oeste, hacia Merzouga. Dejamos pasar una gasolinera Total (que suelen tener buena gasolina) pensando que pronto aparecería otra. Error. La carretera por la que vamos ahora es larga, recta, y muy rota. Totalmente solitaria. El siguiente pueblo grande, en el que espero que sí haya gasolina, queda a unos 100 kms. y no sé si llegaremos. El Jeep también va algo flojo de gasoil, y mientras avanzo me planteo si no será más recomendable volver a por la gasolinera que vimos antes. Pasamos algún pueblo pequeño, y efectivamente no hay gasolineras.

 

Afortunadamente, uno de los pueblos que nos encontramos después, y que yo pensaba que era un pueblo pequeño, resultó ser bastante grande y con una gasolinera a la entrada. Pasado el mal rato de la incertidumbre, lleno la moto hasta arriba, para comprobar que aún me quedaba más gasolina de lo que pensaba, pero bueno es ir con el depósito lleno. Mientras reposto, entablo conversación con un simpático andaluz que resultó ser guía de viajes por Marruecos, y organizados de eventos importantes, como una competición de orientación que se celebrará en Marruecos en octubre.

 

Continuamos un poco más hasta encontrar un árbol con sombra y sin gente debajo, es decir, que no estuviera ocupado. Y en esta carretera, eso no es nada fácil. De modo que ponemos la moto bajo el árbol y la utilizamos de mesa para prepararnos unos buenos bocadillos. Lo bueno de estas paradas a comer es que descansas y sin embargo no pierdes tanto tiempo comiendo como en un restaurante.

Seguimos por la carretera, y nos encontramos con gente que vende cajas de dátiles. Mis padres compran una por 25 dirham, unos dos euros y medio, y mi padre me confirma que han pagado de más. Realmente no importa, porque la idea es, además de comprar, ayudar un poco a la gente de la zona. Pero una cosa es ayudar, y otra hacer el primo: Silvia y yo decidimos que también queremos comprar dátiles, y paramos un poco más adelante. Los dos chicos que había se ponen a hablar en árabe para después decirme que me venden la caja por 50 dirham, el doble que un poco más atrás. Le explico que hemos pagado la mitad hace unos pocos cientos de metros, y me vende dos cajas por 25 dirham cada una. Y es que siempre hay que regatear.

Cerca de Merzouga, a unos 20 kms., empezamos a ver las dunas. Qué espectáculo. Paramos unas cuantas veces a hacer fotos, y eso que aún están lejos, pero cuesta no detenerse a admirar la arena.

Una vez en Merzouga, y buscando nuestro hotel (que sí tenía en el GPS, y que acabaría encontrando) de nuevo aparecen las motillos queriendo ofrecer alojamiento, precios baratos en sus tiendas ("más barato que El Corte Inglés, amigo") o como poco guiarme hasta mi hotel. Yo no paro pero ellos me siguen por si me pierdo, imagino, hasta que ven que entro directamente en mi hotel, el Le Touareg, y se van.

El hotel lo conocía de mi último viaje, y la gente que lo lleva, Hassan, Kabul, Ali y Asis aún me recuerdan de mi última visita, hace ya algo más de un año. Es agradable estar tan lejos de casa, en un país tan diferente, en el desierto, y encontrarte con gente que conoces y que te tratan como si fueses amigo desde hace muchos años. Después de que nos invitaran a un té (verde a la menta, claro) y de darnos una buena ducha, nos acercamos a las dunas, que empezaban al lado mismo del hotel.

Las dunas son increíbles. Además, está atardeciendo y la luz incide sobre la arena de una manera especial. Nos dedicamos a pasear por las dunas, algo más firmes de lo habitual debido a las recientes lluvias.

He venido de nuevo sin botas, así que no me la juego a meter la moto por la arena, y mi pierna inflamada me recuerda que es una buena idea dejar la moto aparcada. Al lado de una duna, pero aparcada. Seguimos haciendo fotos, y en esas estábamos cuando aparecieron unos chiquillos que se sentaron al lado del coche y desplegaron toda su mercancía para vender. Tenían mucha gracia, y eran insistentes vendedores y buenos negociantes. Mis padres, después de un buen rato regateando, les compran unas cuantas cosas y les cambian otras tantas. Al final quedaron muy contentos todos, sobre todo los niños.

Por supuesto llenamos otra botella con arena, de manera que este año tenemos arena de dos sitios distintos: Zagora, y Merzouga. Además, Silvia y yo aún tenemos arena de nuestra anterior visita a Merzouga, en abril de 2008.

Ya de vuelta en el Le Touareg, Asis, uno de los chicos que trabajan allí, se ofrece a acompañarnos al día siguiente hasta Erfoud por una pista que bordea las dunas. La idea nos seduce. Por Erfoud teníamos que pasar al día siguiente de todas maneras, y desde luego ir por pistas viendo las dunas resultaba mucho más interesante que ir por carretera, aunque tardaríamos mucho más.


Quedamos, pues, temprano a la mañana siguiente con Asis, que antes de que nos vayamos a cenar aprovecha para vendernos ropa con los logos del hotel (pantalones, camisas, forros polares...). No son caros y nos gustan bastante, así que lo compramos encantados. "En la competencia es más del doble", nos dice. Y es verdad.


Después de cenar, y ya en la cama, escuchamos los tambores que tocan en el jardín del hotel. No solo no molestan, sino que me ayudan a caer plácidamente dormido.

Amanecemos en el mismo hotel que la mañana anterior. Es el único hotel en el que pasaremos dos noches. Desde aquí se podría considerar que comienza el regreso a casa, porque es lo más lejos que íbamos a llegar. Pero aún teníamos por delante varios días, muchos kilómetros y muchas experiencias.